Tosu, bramu i estoi aportillau. «¿Qué le ocurrirá al señor?», se preguntó Ignacio Martín, médico recién llegado allá por 1950 a una comarca situada al norte de la provincia de Cáceres llamada las Hurdes. A fuerza de indagar descubrió que bramal significaba padecer afonía y estal aportillau, sufrir dolores intercostales. Le costó adaptarse al vocabulario, pero poco a poco fue comprendiendo las palabras que usaban aquellos hurdanos y hurdanas para dar nombre a sus dolencias. Se trata de un buen ejemplo de la importancia de conocer la lengua —e incluso de necesitar un intérprete— dentro de las lindes de nuestro propio país. Hoy en las Hurdes y en el resto de Extremadura, cabe aclararlo, apenas hay problemas de comunicación, pero no porque se fomentara el bilingüismo, sino por un fenómeno conocido como glotofagia. A diferencia de lo acaecido en otros lugares de la Península, aquí no se protegió el patrimonio lingüístico, la escolarización se realizó exclusivamente en castellano y se denostaron las variedades vernáculas, lo cual contribuyó de forma notable al deterioro de estas y provocó una fuerte diglosia.
Lo que en los últimos años denominamos estremeñu —lengua que agrupa un conjunto de hablas de origen asturleonés conservadas, sobre todo, en la parte noroccidental de Extremadura— es, además, solo una de las lenguas minorizadas de esta tierra; otras son el portugués de frontera y a fala, en el valle de Xálima (Jálama). A su vez, estas constituyen únicamente una parte del total de lenguas minorizadas de España, cada una de ellas con distinto grado de vitalidad y reconocimiento (asturianu, aranés, palra d’El Rebollal, aragonés, etc.).
En la actualidad, un sector amplio de la sociedad coincide en la importancia de la protección y promoción del patrimonio inmaterial y existe una mayor sensibilidad lingüística, lo cual permite avanzar paulatinamente en la eliminación de estigmas y en la revitalización de las distintas lenguas. Sin embargo, el vigor de estas no es equiparable: mientras lenguas como el catalán se hablan y escriben en la universidad o en la administración, otras como el estremeñu han sufrido un proceso de folclorización —de musealización— que ha relegado su uso al ámbito doméstico o estrictamente cultural (por ejemplo, a la lectura de un poema del primer cuarto del siglo XX en un recital).
En el extremo opuesto encontramos otra lengua minorizada, el irlandés, que goza de estatus oficial en la Unión Europea desde principios de este año 2022. En relación con esta lengua resulta oportuno mencionar la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en la que se indicaba que Irlanda no había traspuesto correctamente la Directiva 2001/82/CE sobre medicamentos veterinarios al no traducir también al gaélico irlandés la información sobre los mismos. Todo ello ha conducido, como no puede ser de otra forma, a la contratación de más profesionales de la traducción. Y, a pesar de esto, en líneas generales, cuanto más minorizada se ve una lengua, menos valor se le da a la traducción; sobre todo porque tras un proceso prolongado de diglosia los hablantes suelen ser bilingües, todos entienden la variedad dominante. No se tiene en cuenta, en cambio, que la introducción de traductores en los procesos de revitalización de lenguas ayuda, entre otras cuestiones, a acuñar nuevos términos, a profesionalizar su uso y a hallar soluciones de traducción para aquellos conceptos más complejos: a la urticaria, en el estremeñu hablado en mi zona —en las Hurdes— se le llama encontráu porque, según la creencia popular, aparece al encontrarte con un sapo u otro reptil maldito; podría considerarse un buen ejemplo.
Por último, no podemos pasar por alto la industria audiovisual, no solo en lo relativo a las lenguas, sino también en lo que a sus variedades se refiere. Nos resulta extraño hoy en día que, en una serie o película, una sevillana hable como una chica de Segovia o viceversa, o que en la raya hispano-lusa extremeña la gente se exprese como en Madrid. Cada vez se valora más la verosimilitud y los profesionales de la traducción expertos en lenguas minorizadas y variedades lingüísticas son un elemento indispensable en la adecuación de los guiones. En definitiva, y como resumen de todo lo anterior, se trata de un proceso circular: la revitalización del patrimonio lingüístico minorizado puede abrir nuevas oportunidades en el sector de la traducción, al tiempo que la traducción constituye un pilar fundamental de dicha revitalización. Y, en este campo, España dispone de todo un tesoro.
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